jueves, 7 de mayo de 2015

Padre Bernardo, orgulloso de ser hijo del pueblo

Blanca Padilla

El momento más emotivos de la celebración del Señor de la Misericordia ocurrió cuando los feligreses le pidieron al padre Bernardo que cantara su canción favorita: El hijo del pueblo.

     No se hizo del rogar. Acompañado por el mariachi, un poco en francés y otro tanto en español, interpretó la famosa canción de José Alfredo Jiménez. “…descendiente de Cuauhtémoc, mexicano por fortuna”, decía el padre mientras los más de trescientos asistentes aplaudían.
Estar con el pueblo trabajador, la mejor forma de practicar el evangelio

Estar cerca del pueblo es la misión del padre. Fue sacerdote obrero, durante 15 años, en una empresa siderúrgica de su natal Francia.

    Estuvo entre los primeros 300 sacerdotes que la iglesia francesa mandó acercarse a los trabajadores, ante la lejanía que percibió con este sector.

     Vio directamente las condiciones de inseguridad de los obreros, los bajos sueldos y las jornadas extenuantes.

   ”Ser sacerdotes y creer en Dios es luchar por el pueblo. Cuando no hay respeto hay que reaccionar”, sostiene el también integrante de la congregación Hermanos de la Caridad, fundada por el padre Juan Emilio Anizan en 1918.
     Trabajaba de noche. Era rectificador. Hacía rollos de alambre de 70 toneladas cada uno. Fue también líder sindical de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), y “no charro corrupto”, dice.

      La nueva ley del trabajo, en los años 90, cuando los patrones pretendían despedir a 110 mil trabajadores, lo hizo salir. Lucharon por la jubilación anticipada para evitar el despido. Tenía cincuenta años.

El pueblo es niño y merece respeto

Desde su llegada a México, en los años 90, trabaja en colonias marginales, con drogadictos y bandas.

        “El sacerdote no puede ir a otro lugar que no sea donde esté el pueblo. Entre más cerca del pueblo, mejores somos como sacerdotes.

       ”Jesús también fue obrero”, dice. También, recuerda que su padre trabajaba en los ductos de aguas negras en Francia. “Tengo los ojos azules, pero no soy rico”, comenta.

      Y agrega, “si Dios es padre de todos, hay que amar a todos. La dignidad no depende del dinero. Yo no veo la fachada, veo el corazón.
”Me siento pequeño ante los pobres que luchan día con día. El pueblo es niño, Dios lo cuida y merece respeto”.

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